por Pablo Gris
Director de Ambiente de la Ciudad Río Ceballos (2010-2011)
Presidente APTAC (2006-2007)
Pareciera
que cuanto más recordamos y protegemos a los árboles y a los bosques, mayor es
la presencia de deforestación y destrucción de nuestro patrimonio natural y
cultural.
Claro,
a toda acción se le opone “de manera natural” una reacción que tiende a
compensar el esfuerzo de quienes deseamos proteger nuestro entorno.
Siempre
repetimos que no se trata de eliminar las actividades comerciales, extractivas
o de aprovechamiento de nuestros recursos. Se trata de hacerlo de una manera
SUSTENTABLE y que a la vez sea SOSTENIBLE en el tiempo, garantizando la calidad
y cantidad del recurso explotado.
También,
y de manera indiscutible, es necesaria la preservación de la cultura de los
pueblos originarios, la cual debe ser sin dudas elemento de desarrollo local
bajo los parámetros cosmogónicos de tales pueblos.
Asimismo
deben cuidarse, mantenerse y VALORARSE los elementos arqueológicos, patrimonio
histórico y cultural de todos.
Hace
unos meses estuve en un sector del sur de la provincia de Salta, donde
visualizamos un importante desmonte y movimiento de tierra, con la finalidad de
la implementación de “vides de altura” y “vides orgánicas” por parte de los “nuevos
propietarios de la tierra”.
Pude
observar muchas hectáreas totalmente arrasadas por las grandes topadoras que
destruían (y lo siguen haciendo) el bosque nativo que se encontraba en
excelente estado de conservación.
Nos
pusimos en contacto con la comunidad originaria (verdadera “propietaria” de las
tierras), la cual muy sumisamente era dividida en dos sectores opuestos: una
comprada por baratijas que aceptaba a los nuevos patrones y su estilo de vida,
y la otra que buscaba de todas maneras preservar su tierra, sus bosques, su
agua y principalmente su identidad cultural.
Estuvimos
un día recorriendo la zona, repleta de restos arqueológicos: morteros, conanas,
restos de alfarería por doquier, instrumentos líticos, arte rupestre
(petroglifos) y una gran cantidad de restos habitacionales que sin duda
indicaban una importante presencia humana en la región, presencia que disminuye
abruptamente por los nuevos paradigmas impuestos desde la sociedad moderna.
Es
hora de respetar la visión de quienes se sienten parte de la naturaleza, de
quienes nos sentimos parte de esa Pacha que maltratamos desde la perspectiva de asignar un valor económico a cada cosa de nuestro planeta, sea natural o
creada por el hombre.
Los
árboles (como todo elemento natural), nos brindan los denominados “servicios
ambientales”. Por este motivo, podemos afirmar que un árbol tiene mucho mayor valor económico vivo y en su lugar de origen,
que muerto y convertido en madera o chips.
Al
menos para quienes buscan el bien común por sobre los intereses particulares.
Hoy,
no solo nuestros bosques de altura están en grave peligro (pese a ser
declarados intangibles por Ley Nacional), sino que las llanuras y piedemontes
se ven afectados por el avance de la frontera agrícola, ocasionando la pérdida física
de suelos y su contaminación por aportes de agentes agroquímicos y de residuos
de todo tipo.
En
tanto en las cabeceras de cuencas (ubicadas en los sectores más altos de
nuestras serranías), la disminución de los bosques propició una debilidad
manifiesta en la estrecha capa de suelo, observándose su pérdida por erosión y la
formación y avance de las cárcavas hacia las cumbres.
Todo
esto atenta de manera directa con la “fuente productora de agua”, poniendo en
peligro la generación de las reservas de agua dulce que necesitamos para vivir.
Si
hoy tomásemos la decisión de plantar y cuidar un árbol (cualquiera, aunque
mejor si es autóctono), lograríamos ciudades verdes en menos de 10 años, con
una gran cantidad de beneficios para todos.
Si
solo donásemos un día de nuestra vida para colaborar con las tantas personas e
instituciones que plantan árboles en los campos y en las cabeceras de cuencas,
lograríamos en poco tiempo un espacio más natural y más ambientalmente sano.
Hagamos
un regalo a nuestros hijos. Hagamos un regalo para nosotros mismos y plantemos un
árbol.